El naufragio del Costa Concordia es una magnífica metáfora
para explicar la situación en nuestro país y allende de los mares. El barco no
se ha hundido del todo como se puede apreciar en las innumerables fotos y
vídeos que a diario nos regalan los medios.
El atrevimiento y la desfachatez del comandante de dicho
buque en salirse de su ruta habitual me ha hecho formularme la pregunta de siempre: ¿hacia dónde
vamos?
¿Nos comportamos como si viviésemos una segunda belle époque? Recordemos el progreso durante las décadas
anteriores al estallido de la Primera Guerra Mundial. Recordemos los
innumerables inventos que salieron a la luz entre 1870 y 1914. La creciente
burguesía y la felicidad desbordante en los cafés y los clubes de Paris, Viena
o Londres. Europa lo era todo con sus todavía vigentes grandes imperios. Pero
todo tuvo su fin porque los problemas llegaron en forma de fricciones
territoriales y la imparable lógica de caída de sus imperios cuando no su lenta
descomposición durante lustros. Lógica que siempre se ha cumplido en nuestros
pocos miles años de historia en nuestro planeta.
La fiesta siempre se acaba y parece que el Viejo Continente está
tardando en entender eso. Una Europa que ha dejado entrever sus límites cuando
una gran crisis la ha asolado y que al parecer venía del otro lado del Atlántico. Una crisis que ha desnudado los sistemas políticos de los soberanos. Una Europa
de dos velocidades, sin rumbo y sembrada de tres grandes grupos ideológicos tan
inútiles como dispares: recalcitrantes anti europeístas, demagogos populistas y
teóricos proeuropeos de salón. No hay debate de fondo ni reflexión de valor con
esas corrientes.
Al margen que una voluntad conjunta comandada por actores tales como agencias de calificación, grandes bancos y corporaciones industriales haya propiciado la mayor crisis financiera desde 1929, parece que esta Europa formada solamente por las únicas
voces de germanos y galos y dónde el control no puede pasar por una
línea que no venga marcada por Berlín y París, no quiere adaptarse al
mundo.
A esta Europa compleja e ideológica cuna de la civilización pero todavía no exenta de las voces y las bombas que resuenan en la grandes avenidas de Paris o Londres quizás le falte tiempo. ¿Somos demasiado viejos? ¿Quizás tengamos que iniciar otro gran éxodo hacia las nuevas tierras prometidas de hoy? Brasil o Australia esperan.